viernes, 26 de octubre de 2012

Historias de inquilinos. Segunda parte.


Y vamos con la segunda parte…

Estábamos en que el señor argentino desapareció sin avisar  llevándose consigo mi cámara de fotos sin cargador ni batería, y en mi casa seguía el genio cuyas maravillosas  ideas iban a cambiar el mundo. Así que renové los anuncios y, un buen día recibo un email de una chica interesada. La llamo y me explica que es de León, que ha venido a Málaga a buscar trabajo y que desea cambiar de piso porque tiene problemas de higiene con una de las compañeras con las que vive.

Tras más de 20 minutos hablando con ella, me cae bien y decido darle una cita para que vea mi casa y conocerla un poco.

Hay que explicar antes que, tras el fallecimiento de mis padres, mis hermanas, en un alarde de lógica aplastante deciden dejar el piso sin apenas muebles con la idea de ponerlo a la venta y el convencimiento de que se vendería fácil. Tres años después de la muerte de mi padre, aún sigue el cartel de venta. No entendían que, si querían vender el piso o alquilar habitaciones, el proceso debía comenzar por enseñar algo atractivo a los potenciales clientes, y no una casa oscura, sin muebles, ni cuadros, ni cortinas. Triste, lúgubre, vacía…

Por éste motivo, la chica de León decidió no quedarse con la habitación. Sin embargo mantengo el contacto con ella porque, unos días después me llama para dejarme su portátil para que se lo formateara.

Cosas de la vida, que, semanas después, ésta chica me llama un domingo al mediodía diciéndome que ha tenido problemas con la propietaria del piso donde decidió irse y que la echa de allí y no tiene a quien llamar porque no conoce a nadie en Málaga. Y yo, que ya lo decía mi madre, que de bueno soy tonto, le dije que iría a buscarla y se podría quedar en mi casa unos días hasta que encontrara otra cosa.

Pues bien, estando la chica en mi casa buscándose otro lugar donde vivir, me encuentro con un problema con el genio de los inventos. Problema que fue a más hasta terminar en una fortísima discusión en la que comenzó a insultarme e insultar a mis padres, por lo que decidí zanjar el problema dándole 3 días para largarse de mi casa.

Sudé para conseguirlo porque esos tres días fueron muy tensos, tanto que me los pasé alimentándome a base de tilas, pero tenía el apoyo de la chica que estuvo en todo momento conmigo ayudándome en lo que podía. Por eso mismo y, porque en las conversaciones que tuvimos vi que nos entendíamos bien le propuse que dejara de buscar sitios donde vivir y que se quedara en mi casa, a lo que ella aceptó con la condición de que la casa debía cambiar de aspecto, cosa con la que yo estaba totalmente de acuerdo.

Así, ya con el inquilino indeseable fuera, comenzamos a trabajar en el cambio de aspecto de la casa y, entre visitas a Ikea y al rastro lo conseguimos por muy poco dinero, dándole la vuelta hasta convertirse en un lugar acogedor y apetecible para vivir.

A partir de aquí comenzó una relación propietario-inquilina un poco sui géneris, porque la relación era cada vez más estrecha hasta el punto de llegar a una fuerte amistad.

Comenzamos a compartir momentos en casa, noches de películas y botellas de vino, le presenté a mis amigos y salimos con algunos de ellos. Pero, a medida que eso iba ocurriendo también comenzaba un proceso de manipulación por parte de ella en la que me fue aislando de la gente (principalmente chicas) con las que me veía, llegando a terminar bastante mal con algunas de ellas.

Me lo decían… de nuevo me avisaban, pero yo, ni veía ni creo que quisiera ver, porque a la misma vez que ocurría todo esto, ésta chica, con mucha más experiencia de la vida que yo me iba enseñando cada día cosas nuevas para mí en lo referente al manejo diario de la casa y me dio mucho apoyo en eliminar ciertas neuras automovilísticas que yo tenía (y aún sigo teniendo en menor grado, eso sí).

Fueron siete meses muy intensos, en los que pasé uno de los mejores veranos que he pasado en los últimos años, y me hacía falta algo así. Pero el precio a pagar ha sido muy alto.

No es fácil la convivencia conmigo, ya lo he dicho antes, pero menos fácil lo es con ésta chica que recurría al chantaje emocional para hacerme sentir mal, además de ser una persona tremendamente inteligente que sabía muy bien cómo darle la vuelta a las cosas para quedar ella por encima y ser la protagonista y el centro de atención en todo momento.

Las broncas se iban sucediendo cada vez con mayor frecuencia, hasta que una noche, tras salir de marcha, al llegar a casa a las 3 de la mañana, observo que al abrir la puerta de casa el perro no viene a recibirnos, con lo que me temo lo peor: efectivamente, se había quedado encerrado en su habitación y se había subido a su cama y dejado manchas de baba.
El pollo que se montó fue tremendo, y me exigió que le bajara el precio del alquiler, cosa a la que me negué.

La consecuencia de todo ello fueron días de muchísima tensión, peleas diarias sin miramientos hasta que decide marcharse de mi casa.

Tras varios días buscando algo donde quedarse en Málaga, no consiguió nada parecido a lo que tenía conmigo (tonto en Málaga sólo hay uno, y ya vivía con él), así que decidió marcharse a su tierra.

Los días anteriores a su marcha fueron difíciles, pero más difícil fue aún la despedida que, no por necesaria dejaba de ser dolorosa. No en vano fueron muchos meses con momentos muy buenos.

Se marchó y, sólo dos días después ya tenía apalabradas de nuevo dos habitaciones. Una, para un chico de primer año de universidad, y la otra para una chica, azafata de vuelo, con los que….hasta ahora…. estoy encantado, porque son tan discretos que hay veces que no sé si estoy en mi casa solo o acompañado.

Y ésta es, por ahora la historia de los inquilinos… eso sí, a grandes rasgos, porque daría para muchas partes.

Y me imagino que muchos estaréis pensando que si alguno lee esto podría enfadarse. Y es lógico, pero lo hago a sabiendas de que ningún de ellos conoce la existencia de éste blog.



jueves, 18 de octubre de 2012

Historias de inquilinos. Primera parte.


Ésta va de compañeros/as de piso, un tema que, tras una serie de experiencias, da de sí… da demasiado de sí. Por ello y, para que no se haga largo, prefiero contároslo en dos partes.

Porque está claro que cada uno es diferente. Cada cual es hijo de su padre y de su madre y todos tenemos nuestras manías, empezando por mi, que admito que no soy una persona con la que sea fácil convivir, pero tengo claro que la base de toda relación está en el respeto hacia los demás.

Después de las distintas experiencias que he tenido con varios inquilinos que han ido pasando en tan sólo un año desde que decidí poner las habitaciones de mi casa en alquiler, he llegado a la conclusión que soy como mi perro…o él como yo, porque se suele decir que los perros se parecen a sus dueños. Y en este caso es realmente cierto, porque tanto él como yo somos de la opinión de que, mientras no me toques los cojones, yo tampoco te los toco a ti. O, de una manera más elegante: tú a lo tuyo, que yo iré a lo mío.

La primera persona que vino a mi casa fue una chica. Una amiga de hace tiempo que vivía de alquiler cerca de mi casa pero que, al quedarse sin trabajo el pago de dicho alquiler le venía muy largo.

Una chica estupenda… algo rara, pero estupenda. Eso sí, tuve más tiempo en mi casa a su ropa que a ella. Hablamos de que le propuse venirse en abril y se fue trayendo cajas y cajas de ropa y apuntes de oposiciones, pero ella seguía en su piso.

Finalmente, tras mucho perseguirla y llamarla cientos de veces para ver qué narices iba a hacer, se vino no más de dos semanas a finales del verano de 2011 hasta que tuvo la enorme suerte de obtener un trabajo de lo suyo y, además en su pueblo.

Tras ella, vino uno de los grandes fallos de mi vida: un ex alumno de mis clases de informática para desempleados me llamó para que le echase un vistazo a su ordenador. En esa visita descubrí que vivía en una habitación de alquiler de la cual se iba a ir en breve porque es fumador, lo cual para mi no es un problema porque yo también lo soy.

Me lo avisaron… en serio que me lo avisaron… pero yo no hice caso y la cosa salió como salió.

Un tipo, o mejor llamarlo un personaje, o un vegetal que vivía de noche, dormía de día, desayunaba Coca Cola del Lidl y cuya filosofía de vida era ‘¿para qué buscar trabajo si no hay?’. Una mente brillante como pocas.

Un tipo que no sabía si ver ‘Arma Letal 4’ porque había visto la primera y la segunda, pero no la tercera y no sabía si le cogería el hilo a la cuarta. Una persona que se alimentaba de pasta, arroz y todo ello bañado literalmente en tomate frito de brick (no lo soporto) y mezclado con otros inverosímiles ingredientes de sabores inciertos. Una persona que se pasaba las noches jugando al ‘Batman Lego’ en la XBOX y que dedicaba sus horas muertas (todas sus horas) en tratar de encontrar una idea genial que nos hiciera felices a toda la humanidad y, de paso rico a él y de la que me hacía partícipe obligándome a hacer grandes esfuerzos por no descojonarme de risa con sus estupideces…porque lo decía completamente convencido.

Un personaje que pensaba que la mítica ‘Casablanca’ de Bogart era un documental sobre Marruecos, que pensaba que cualquier película anterior al 2000 era un clásico y no captaba su interés. Que hacía reflexiones del tipo absurdas como por ejemplo pensar que España no es un país desarrollado porque sólo hay que ver la cantidad de obras que hay por las calles de todas las ciudades, o que el frío es un buen indicador de la crisis que vivimos, porque los países más gélidos son los menos afectados ya que, según ésta incomprendida mente privilegiada, sus habitantes apenas salían de casa y se dedicaban más tiempo a pensar.

Yo lo miraba estupefacto cada vez que me venía con alguna de sus reflexiones y lo miraba con la duda de si era un completo estúpido o un genio.

Y en éstas que un amigo me habla de un conocido suyo que está buscando una habitación que alquilar. Y me presenta a un señor mayor, argentino con un problema de salud en su garganta que penas le permitía hablar con fluidez.

No me cayó mal, aunque dudé en si aceptarlo o no. Pero, forzado por la necesidad de encontrar inquilinos y, teniendo en cuenta que era una muy mala época para encontrar estudiantes puesto que las clases habían empezado unos meses antes y estarían todos ya instalados, tenté a la suerte y lo acepté. Craso error…

Estuvo en mi casa menos de dos semanas en las que mejor no os cuento porque hay experiencias muy desagradables para el buen gusto, incluso de tipo escatológico.

Sólo sé que una mañana, mi otro inquilino, el genio, me advirtió de que se había largado con todas sus cosas, dejándome a deber 70 euros y, con el tiempo descubro que se había llevado mi cámara de fotos, siendo tan estúpido de dejarme el cargador y la batería, por lo que nos hemos jodido los dos: él y yo.

CONTINUARÁ…