jueves, 19 de diciembre de 2013

¡VÁMONOS DE RESUMEN!


Puffffff, ¡¡qué año, Dios del amor hermoso!!

¿Cómo lo defino? La verdad, ni puta idea…

Negro…gris…blanco…radiante. Todos esos matices han cabido en orden cronológico en los últimos 365 días de mi vida.

Y es que no ha sido para menos. Desde los primeros seis meses en los que mis días eran un terremoto emocional, pasando por un verano estupendo pero con secuelas de la etapa anterior, yendo hacia un otoño esperanzador y hasta llegar a un final de año maravilloso en lo personal.

¿Lo mejor del año? Pues que lo bueno que ya había sigue estando, y lo malo se fue (al carajo y más allá). Me lo quité de enmedio y, aunque costó trabajito es lo mejor que he hecho en el 2013.

Mi familia sigue estando. Mis viejos amigos, los de siempre, siguen estando. Mi niño, Golfo está tan guapo y tan tonto como siempre y, para rematar la faena, han llegado nuevos miembros a mi círculo más íntimo, y miembros de una calidad humana que son un lujo.

No he parado de repetir que soy una persona afortunada porque, aún en la peor etapa del año siempre he tenido la oportunidad de levantar el teléfono y tener alguien al otro lado dispuesto a escucharme y soportarme. Y os aseguro que más de uno y más de una se merecen una medalla al mérito personal por el tostón que les he dado.

Y me siento afortunado porque mi familia, aún viéndome actuar fuera de mi, desquiciado y de forma inmadura, han seguido estando y han seguido teniéndome una infinita paciencia que no estoy seguro si realmente merezco.

De forma casual llegué a una pareja, mi Cris de mi vida y mis entretelas y David, que me invitaron a formar parte de una serie de planes ilusionantes a los que quise unir a otra de las maravillosas nuevas adquisiciones de mi segunda etapa del año: Virginia.

Juntos los cuatro hemos reído como hacía tiempo no lo hacía. Juntos los cuatro hemos pasado momentos inolvidables, viajes preciosos, litros de vino y alcohol e ingestas de una cantidad indecente de comida, y todo eso enriquecido con un pequeño terremoto llamado Paula. Un vendaval de tan sólo dos años, hija de Virginia, que enamora allí por donde pasa y que ha hecho renacer en mi una serie de sentimientos que perdí en el momento en el que mis adorados cuatro sobrinos se hicieron mayores.

Y en octubre, vuelta al cole. Retomé los estudios.  Me matriculé en un módulo de grado superior de nombre rimbombante: Técnico superior en administración de sistemas informáticos en red.

Y eso ya ha sido el remate… me lo estoy pasando pipa. Lo estoy disfrutando muchísimo, porque, independientemente de que las materias me apasionan, he tenido la suerte de formar parte de un grupo de compañeros de clase estupendo, donde, salvo casos aislados vamos todos a una, colaborando cada uno con lo que puede, y con una generosidad digna de mención

Y en ese grupo, un nombre propio: Nuria.

Me cayó muy mal al principio, lo cual era un buen indicativo, porque soy tan jodidamente complicado a veces que las personas a las que más quiero suelen caerme mal en una primera impresión. ¿Por qué? Forma parte de mis inseguridades.

El caso es que, con el tiempo fui descubriendo detalles que me hicieron cambiar esa primera percepción. Hasta que un día, un error fruto de una mala interpretación desencadenó un gesto de ella hacia mi que me hizo sospechar que tenía enfrente alguien que podría merecer mucho la pena, como realmente he ido descubriendo con el tiempo.

Hoy, Nuria es alguien imprescindible en mi vida. Alguien con quien puedo contar, alguien que me hace reir, alguien en quien confiar, un ejemplo de esfuerzo y constancia, una persona de la que aprender, alguien con quien compartir y alguien con quien ‘siempre’.

Los veteranos… Isa con sus valores y su madurez, Sergio siempre ambiguo y siempre  caballero, Andrés con su rectitud y su tremenda generosidad, mi Asun de mi vida en la cúspide aunque sólo sea por antiguedad, Rocío a su manera estando ahí, mi grupo de vecinos que tanta paciencia me han tenido con abrazos y besos siempre dispuestos, la vuelta de Almudena con su alma siempre por delante, Ale y su tremenda inteligencia…que han estado  y siguen estando.

Cris con su carcajada perenne y su dulzura escondida que entrega a quien ella elige, David y su moderación exquisita repleta  de autenticidad, Virginia y su candidez aparente que disfraza una personalidad de mucha fuerza con una inteligente mezcla de dulzura, Paula y su eterna sonrisa y amor a manos llenas, Nuria… mi ojito derecho y mi debilidad…, que han llegado nuevos y a los que me quedan muchos años por disfrutar y de los que seguiré aprendiendo día a día.

Por supuesto, mis hermanas, mis cuñados, mis sobrinos y mi tía Chari. Los que siempre están. Da igual que me comporte como un auténtico gilipollas, que ellos jamás fallan.

Y el de los pelos: Golfo, mi mejor compañía, el amor incondicional.

Este nuevo año promete ser apasionante, pero os pido un favor: seguid estando, porque para que se cumplan las expectativas os necesito cerquita… a todos, sin excepción.


FELIZ 2014.

martes, 3 de septiembre de 2013

Siempre

Dicen los que mejor me conocen que mi capacidad o mi forma de expresión es rica en vocabulario y en recursos.

Los hay que afirman que tengo la manía de buscar siempre la palabra exacta para describir lo que estoy contando o lo que estoy expresando.  Y me he encontrado más de una vez con quienes me han llegado a decir…’perdona, es que yo no soy como tú, que siempre buscas la palabra correcta´.

Es más… hay quienes me han dicho que soy un seductor con las palabras y que lo que digo derretiría a cualquiera. Pues no sé, porque bien, lo que se dice bien, no me va, ni sentimentalmente, ni laboralmente, así que algo falla…

Vamos, que soy, lo que se suele decir, un tío con mucha labia.

Es cierto que mis padres siempre han incidido mucho en que una buena capacidad de expresión es un valor muy positivo, y se han preocupado en que hablemos de forma correcta. Y estoy de acuerdo en que una sólida forma de expresión es una buena carta de presentación.

Al respecto, me ha ocurrido algo significativo en los últimos meses. Como ya muchos sabéis alquilo habitaciones a estudiantes, trabajadores, y otras gentes de mal vivir, y en el mes de julio un chico, futuro estudiante de Derecho se interesó por una de ellas.

Toda nuestra comunicación fue a través de whatsapp, y sólo por la sorprendente capacidad de expresión de un chico de 18 años, y porque escribiendo era yo el que usaba más abreviaturas que él, ya me gustó como posible inquilino. Afortunadamente, se ha quedado con la habitación.

No es que sea más o menos repelente que nadie… que puedo entender que alguien me considere así. Lo que me pasa es que, cuando expreso sentimientos, o cuento alguna anécdota, siempre trato de que mi interlocutor capte la esencia de lo que estoy contando o lo que estoy expresando. Por ello, muchas veces me atasco tratando de buscar esa palabra correcta, esa palabra exacta que defina a la perfección lo que quiero decir.

Sin embargo, hay palabras que considero que no se deben decir así como así, a la ligera. Evidentemente, un ‘te quiero’, o su antónimo, ‘te odio’, son expresiones que debemos tener mucho cuidado al decir, porque no todo el mundo las merece.

Y, en ésta línea, no es que tenga palabras tabú, sino que, más bien, tengo palabras que reservo solamente a momentos o personas que son merecedoras de ellas.

Y una de éstas palabras es la que da título a ésta entrada: ‘siempre’.

‘Siempre’ es una palabra que, para mi lleva implícita una carga importante. Decir ‘siempre’ es una forma notable y peligrosa de comprometerse… y para mi, el compromiso es un valor con el que también hay que tener mucho cuidado.

Asegurar que ‘siempre’ ocurre algo es más o menos fácil, puesto que solemos decirlo cuando sabemos que sucede una y otra vez sin excepción. Pero decirle ‘siempre’ a una persona, y más cuando se tratan de sentimientos… ¡cuidado! Nos estamos pringando hasta el cuello.

Yo lo he dicho en multitud de ocasiones, y, como todo, a veces me ha salido bien, y otras veces me ha salido mal. Pero la culpa de que haya salido mal no es mía. Porque cuando yo lo digo, lo digo de forma sincera y convencido de a quién se lo estoy diciendo y por qué se lo estoy diciendo. Si con el tiempo, y con los actos, te das cuenta de que te has equivocado de persona te sientes algo estúpido, pero con la conciencia tranquila, porque el que ha fallado no has sido tú.

Por eso mismo cada día soy más cauto. Sigo pensando que una buena capacidad de expresión es un valor importante en las personas, pero las circunstancias, las experiencias y los errores…otra vez los errores, me hacen cada vez más selectivo a la hora de decirlo.


Otro día hablaré de los insultos…

domingo, 11 de agosto de 2013

¡¡¡Joder!!!

No sé si el problema soy yo o son los demás. El caso es que uno es como es, con sus virtudes y sus defectos. Y seguro que más defectos que virtudes, pero llevo una época en la que voy pasando por situaciones que, como mínimo me sorprenden, y mucho.

Yo soy como soy. Tanto para lo bueno como para lo malo. Y, como todos, tengo mis cargas, mis traumas, mis complejos, mis miedos, mis pavores, mis dudas. Pero eso no quiere decir que, ni trate mal a nadie, ni traicione confianzas, ni sea un maleducado y, ni mucho menos un desagradecido.

Y me equivoco. Muchas veces. Quizá más de las que me gustaría. Y me jode, no porque quiera ser perfecto, ni porque mi orgullo no me permita aceptar un error, sino porque considero que soy lo que soy gracias a mis aciertos, pero, sobre todo a mis errores. Y, porque pienso que, si estoy como estoy es precisamente por eso, por mis errores.

Aunque si os digo la verdad, doy gracias por haberme equivocado, y, aunque no sea de mi agrado, espero equivocarme muchas veces más, porque son todos esos errores los que forjan mi personalidad, mi forma de ser. Forma de ser que, aunque suene engreído, me gusta y de la que me enorgullezco.

No soy ni más, ni menos que nadie, pero tengo algunas cosas muy claras: cada individuo es como es, independientemente de los demás. Y por muy malas experiencias que haya tenido con algunas personas durante mi vida, no trato a todo el mundo de la misma manera, porque cada uno tiene sus circunstancias, y cada uno tiene su forma de ser y de pensar.

Por eso, aunque venga de unos meses que prefiero ni pensar, eso no quiere decir que tenga que estar de uñas con el mundo. Lo he pasado mal, muy mal con una persona, sí. Una persona que me ha demostrado que, al final, las cosas no son tan importantes como uno a veces las quiere ver. Una persona que me ha demostrado con sus actos… o, mejor dicho, con sus no actos, que no merece la pena ni el más mínimo recuerdo.

Aunque a esa persona tengo muchas cosas que agradecerle. Agradecerle que durante una etapa me dio vida, que me hizo ver con mi  comportamiento hacia ella que hay cosas en mi que no me gustan y que peleo por cambiar. Pero sobre todo agradecerle que ha sido mi mayor error personal y, aunque suene duro, de ahí he sacado el mejor aprendizaje.

Sin embargo, eso no significa que si se me presentan en la vida otras opciones u otras oportunidades, las descarte porque ayer lo pasé mal con una experiencia anterior. Básicamente porque eso es algo que, lo único que hace es cerrarte puertas. Es privarte de experiencias que, quizá son las que tú demandas. Privarte de compañías que te pueden hacer bien, que te pueden aportar y que tus propios miedos y tus frustraciones te impiden disfrutar por el simple hecho de estar encabronado con el mundo solamente porque alguien… una persona… te ha hecho daño…

Afortunadamente no todos somos iguales, y yo soy como soy… trato de ser amable y educado con todos, porque así es como creo que debe ir uno por la vida. O, como suelo decir, me gusta tratar a los demás como me gustaría que me trataran a mi, aunque esa forma de pensar me dé más disgustos que satisfacciones. Pero, ni voy a cambiar, ni nadie va a hacer que yo cambie ese aspecto de mi personalidad, porque creo firmemente en ella, por muchos sinsabores que me dé a cambio.

Como suelo decir, la vida es tan puta que no te da tregua, y eso es lo que la hace tan divertida y tan apasionante. Y, como mencioné hace pocos días, me quedo con una reflexión que escuché en una película, en la que un psicoanalista le decía a su paciente que, en la vida hay tres tipos de días: están los días malos, que, afortunadamente son pocos; los días buenos, que, por desgracia, son pocos, y los días normales, que son la mayoría, y son con esos días normales con los que debemos aprender a convivir. Y ahí radica el problema, que a algunos, la monotonía nos desespera, y necesitamos incentivos en la vida… no aprendemos a vivir con la normalidad.

Pero me rebelo. Me rebelo ante las cosas forzadas. ¡Coño!, las cosas son mucho más fáciles. ¿Por qué tenemos esa estúpida manía de hacerlo todo tan difícil? ¿Que estás mal? ¿Que he tenido muchos problemas? ¿Que he pasado por momentos muy difíciles? ¡Joder, yo también! Pero intento dejar todas esas cosas atrás, porque sé que llevar todo eso a cuestas, lo único que me va a suponer son más problemas aún y, sobre todo, va a ser una venda en mis ojos y en mi alma que no me va a permitir ver momentos, personas, situaciones, detalles de la vida que son dignas de vivir o, por lo menos hacer el intento o darse la oportunidad de conocer.


Repito, ni soy mejor, ni peor que nadie… sólo es que creo en mi forma de ser…aunque mi mayor problema y mi mayor enemigo soy yo mismo y mi autoestima… ¿paradójico? Sí, lo sé…

miércoles, 29 de mayo de 2013

Por enésima vez.

Se produjo el milagro. Aquí estoy de nuevo, no sé cuánto tiempo duraré en esta enésima etapa, pero prometo que trataré de estar por aquí el mayor tiempo posible.

La culpa la tiene el pasado viernes por la noche, día en el que, tras largos meses de desaparición me reencontré con viejos amigos que siempre me demuestran que cuando construyes una buena base, la amistad resiste a pesar del tiempo.

Y más concretamente, gran culpable de que esté de vuelta por aquí, es mi amigo Juanma, el Sr. Liceras, un tipo al que siempre he admirado profundamente y del que siempre aprendo.


Me regañó. Me regañó por abandonar éste espacio y le respondí avergonzado que no me sentía con los mismos ánimos, ni con la inspiración necesaria para contar cosas que jamás llegué a pensar que podrían interesar a nadie.

Y me volvió a regañar. Esta vez por pensar que lo que escribía no tenía interés alguno para nadie contándome que él sólo sigue dos blogs, y uno de ellos es este que tenéis delante.

Dejándome llevar por esta baja autoestima de mierda que me pesa tanto, y sorprendido por los comentarios de alguien tan significativo para mi, quise sondear hasta qué punto era cierto lo que Juanma me decía y lo comenté a más amigos, quizá los que podrían darme una opinión más sincera y más valiosa.

Y la respuesta fue sorprendente. Tanto mi amigo Ale, presente durante los reproches (con cariño) de Juanma, como mi Asun de mis amores, como mi ex, Isa me dijeron lo mismo. Opiniones especialmente considerables para mi puesto que son gente que sé que me quiere bien y que también sé que no me doran la píldora.

Así que aquí estoy de nuevo, tras unos meses turbios, extraños, emocionalmente complicados, en el que, como me dijo hace poco otro gran amigo, Sergio, me estoy conociendo a mi mismo más que nunca… aunque, joder, cómo duele conocerse de la forma que me estoy conociendo.

Madurando a hostias como dije en cierta ocasión en mi perfil de Facebook, pero haciéndome más fuerte y asumiendo que los errores a veces son más necesarios que lo aciertos, pues cuando los superas, el aprendizaje obtenido es de mayor valía.

Hace años se me ocurrió pensar que la vida es como un videojuego cruel, en el que has de pasar por cientos de dificultades para terminar la partida. Y como tal videojuego, es algo divertido, porque es tan puta que no te da tregua.

Lo malo es que en los videojuegos, al terminar la partida consigues a la princesa, o conquistas un territorio… en el videojuego de la vida, la pantalla final es una cajita de pino.

Ríes, lloras, te descojonas, te puteas, te putean, te regalan, te quitan, te aman, te engañan, te dan, te roban, aparecen, desaparecen, te ilusionas, te cabreas, te desilusionas, temes, te alegras… en fin… no hay descanso. Y eso, aunque a algunos les suene raro, es lo divertido para mi.

Y no sé, pero parece ser que el contar todo esto de mi vida a algunos les apetece leerlo, y no sólo eso, sino que, además les gusta, e incluso lo esperan.


Sois estupendos, que lo sepáis.