miércoles, 8 de junio de 2011

Recuerdos de mi infancia.

Hace un par de meses, en una de mis largas charlas a través de Skype con mi amiga Sarita, de la que ya os hablé, recordé una anécdota que viví, aunque no en primera persona, afortunadamente, a mis... calculo... 7 u 8 años.

Por aquel entonces mi familia disfrutaba de un buen nivel económico gracias al trabajo de mi padre en la banca y pasábamos los veranos en Vistahermosa, un gran complejo de edificios y chalés, con su club de golf, de tenis y su club social en el Puerto de Santa María, provincia de la Cádiz de mis orígenes.

Como buen lugar de vacaciones para unos pocos que se lo podían permitir, disfrutábamos de una extensísima playa privada.

Para los que conocéis las playas de Cádiz, sabréis de su gran extensión por lo que os podéis imaginar cómo era tener unas playas de ese tipo privada para los socios del club. Podíamos elegir, no sólo donde ponernos, sino incluso donde edificar un edificio entero si queríamos por la cantidad de playa sobrante.

Para haceros una idea, os contaré que teníamos sitio para los paseantes, los que querían jugar con las palas de tenis y para jugar al fútbol once contra once.

El caso es que dicha playa era privada como os cuento pero "sólo" de lunes a sábado. Los domingos éramos tan "solidarios" que permitíamos la entrada al resto de la "plebe" de las localidades próximas. Eso quería decir que los domingos la playa estaba atestada de gente y los socios aprovechabamos para ir a comer y a bañarnos en las piscinas del club.

Pues bien, uno de esos domingos en los que la playa estaba a reventar de gente unos vecinos míos recibieron la visita de un familiar (abuelo, creo recordar) de Canarias.

La cuestión es que este buen señor comió con su familia en el apartamento y tras el almuerzo decidió bajar a darse un baño, ocurriendo la desgracia de que sufriera un corte de digestión (esa es la versión oficiosa, porque para mi que fue un infarto) y el pobre murió en la misma playa.

Imaginaos el papelón. La playa llena de domingueros con sus sombrillas, sus mesas para comer, sus hamacas, sus botellas de cerveza y refrescos, la sandía enfriándose en la orilla del mar y este hombre fiambre en la orilla.

Pasaron las horas y el pobre muerto aún seguía ahí. Tapado, por supuesto, pero en la orillita del mar. Así que decidieron, por el bien de la imagen de la playa subirlo hasta la parte más alta. Eso sí, aún rodeado de gente, familias de varias generaciones: Hijos, primos, tíos, padres, abuelos y abuelas que bajo sus parasoles se atiborraban de la comida preparada para tal ocasión mientras iban comentando la jugada del pobre hombre todavía de cuerpo presente...y tan presente...

Mi padre, con los años me contaba que yo estaba estupefacto. Que desde los jardines de nuestro apartamento les hacía gestos a mis padres que estaban en el balcón sorprendido de que ese señor estuviese tantísimas horas allí tapado, con el calorazo que hacía mientras el resto de la gente disfrutaba de su día de playa como si tal cosa.

El caso es que pasaron las horas, la tarde entera, y las familias poco a poco fueron recogiendo sus cosas para volver a sus casas y emprender una nueva semana de trabajo tras un extraño día de playa...y el muerto seguía ahí...

Es más, es que es tradición en las costas de Cádiz celebrar carreras de caballos durante el atardecer (espectáculares atardeceres) en la playa durante el mes de agosto, y éstas son muy seguidas por un buen número de público que deciden terminar su día paseando por la orilla.

Pues se celebraron las carreras...y el muerto seguía ahí...

No recuerdo qué hora sería, pero sí sé que bastante tarde porque ya estaba anocheciendo, cuando por fin llegó un coche de la Guardia Civil acompañado por otro coche en el que imagino que iría el juez encargado de levantar el cadáver.

Y por fin se lo llevaron. El pobre muerto, bien muerto y cocido, porque tras más de 6 horas bajo unas mantas en pleno mes de agosto iría, cuanto menos, calentito.

Spain is different.

1 comentario:

  1. Excelente relato, sigue escribiendo amigo
    Te mando un abrazo
    Manu

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