lunes, 30 de marzo de 2020

Carmelo


Carmelo deja pasar las horas y los días sentado en una esquina entre la Plaza de la Constitución y calle Granada Y en su regazo, Nika, su perrita, que permanece tumbada en sus rodillas, bien cubierta por una mantita y el abrigo de Carmelo para que no pase frío, viendo pasar cantidades ingentes de personas, la mayoría con prisas y algunos con la calma del turista que con su mirada desglosa cada rincón de una ciudad muchas veces desconocida por el propio malagueño acostumbrado a no ver más allá de lo que ve a diario.


Y allí permanecen los dos, Carmelo siempre educado y encantador con las muchas personas que se paran a hablar con él, y Nika en su calma hasta que aparece una paloma, que la activa, sube sus pequeñas orejas y se pone en posición de alerta.

He pasado por su lado muchísimas veces, cientos de veces, y siempre me ha llamado la atención su presencia que asoma un pasado interesante. Porque Carmelo no es un indigente. Al menos no es lo que los que hemos tenido más suerte creemos que es un indigente. En su gesto no se observa pasado de alcoholemia, ni de vicio alguno. Por eso siempre quise hablar con él, porque siempre me pareció que su historia sería interesante de conocer.

Pero nunca me atreví porque me daba miedo incomodar y, porque supongo que no seré el primero ni el último en preguntarle qué pasó en su vida. Hasta que un día, con la excusa de acariciar a Nika, me atreví a acercarme y confirmé lo que imaginaba. Hablé con él unos minutos y en su capacidad de expresión y la forma de dirigirse a mi corroboré que Carmelo guardaba dentro de sí experiencias dignas de ser conocidas.

Me hablaba apasionadamente de gobiernos, de actitudes de las personas, de la gestión de los sentimientos, porque sin conocerme de nada observó tristeza en mi expresión. Y no se equivocaba… Y por ello, comenzó a hablarme del hipotálamo. De las reacciones químicas que, desde ese pequeño espacio de nuestro cuerpo se producían y nos hace sentirnos como nos sentimos. Y me animaba a realizar actividades de distracción aconsejándome que siempre las acompañara de música para así generar endorfinas que me cambiaran mi estado de ánimo. Y, sin saber quién era yo, se preocupó por mi.

Me contó su historia. Una historia que, más tarde, una mujer que pasaba por allí y que lo conoce de hace unos años me confirmó que era cierta. Una historia de amor, ya que su situación actual se debe a una terrible enfermedad que sufrió su mujer y que él trató de combatir vendiendo todas sus pertenencias y dedicándose en exclusiva a ella. Aunque sin éxito porque, a pesar de su lucha, a pesar de gastarse todo su patrimonio en el tratamiento en los mejores centros que se podía permitir, su mujer murió y el quedó en la absoluta ruina y con una edad en la que el sistema capitalista que nos rige te desahucia como persona válida para trabajar y en la que los supuestos “amigos” te dan la espalda porque parece ser que ya dejas de ser productivo.

A pesar de toda esa terrible experiencia, Carmelo te habla con una serenidad que no llegas a comprender porque piensas que tú, en su misma situación estarías sumido en una profunda depresión y roído por la rabia en cada uno de los extremos de tu cuerpo. Sin embargo, él no. El tiene la serenidad de haber hecho todo y más de lo que podía. Vive con la serenidad de experimentar en primera persona el escaso valor de lo material, que en cualquier momento desaparece y de ser honesto consigo mismo, valor que no es tan fácil de conseguir.

Y ahora estoy preocupado. Estoy preocupado por dos motivos: el primero es que Carmelo vive de la caridad de los que por allí pasan a diario, y con el estado de alerta en el que nos encontramos, no podrá salir de su albergue, ni podrá recibir esa caridad que le hacía vivir el día a día.

Y, en segundo lugar, Carmelo sufre de silicosis, una enfermedad respiratoria crónica, y con su edad y el estado en el que vive, tengo miedo de no volver a verlo de nuevo sentado en su esquina cuando todo este momento tan extraño que estamos viviendo termine.

Así que, lo primero que haré cuando tengamos libertad de movimiento de nuevo será ir a esa esquina a verlo de nuevo. A verlo en su sitio de siempre, sentado, charlando con todo el que se le acerca y con su perrita Nika en su regazo, tranquila hasta que la presencia de una paloma cercana la alerte.

viernes, 20 de marzo de 2020

¿Por qué fotografía de calle?


Es una explicación sencilla. Cuando empecé a interesarme más intensamente por la fotografía practiqué con lo que tenía más a mano. Comencé a fotografiar lugares de Málaga, la ciudad donde vivo. Lugares típicos. Lugares que, por algún detalle me llamaba la atención. Y a la vez me formaba con decenas de tutoriales en youtube. 

El triángulo de exposición, el histograma, el uso de la luz, la hora azul, la hora dorada,  la profundidad de campo, las reglas de composición, el revelado digital… mil cosas que daban vueltas por mi cabeza hasta que un día, no sé muy bien por qué, todo eso se ordenó y empecé a entenderlo.

Y seguí un gran consejo, creo que el mejor de todos aquellos a los que yo veía en youtube: documéntate.  Una de las claves es ver mucha fotografía. Estudialas, intenta entender por qué tal o cuál fotógrafo hace esa foto. Por qué ese encuadre, por qué esa composición, qué intención busca.

Y en esas me encontré con la fotografía de calle. Con fotógrafos como Alex Webb, Vivian Maier, Cartier-Bresson, Robert Frank, Jota Barros, Alan Schaller, Rober Tomás… etc. Y ahí lo tuve claro. Yo quería eso. Yo quería salir mil veces por las mismas calles y encontrar y fotografiar momentos diferentes. Esperar en un punto a que algo pase. Anticiparme a lo que puede ocurrir para congelarlo y encontrar personajes que me llamen la atención por cualquier motivo y romper con la timidez para preguntarles si son tan amables de permitirme fotografiarles, y en otras ocasiones hacer un robado para que no se me vaya el momento justo que quiero captar. 

Y, como siempre pasa, a medida que vas haciendo, a medida que vas estudiando y observando, tu capacidad de percepción mejora, aumenta. Y ahora me encuentro en un punto en el que cada vez que salgo a la calle voy buscando fotos por todas partes, lleve mi cámara o no. Puede parecer obsesivo, pero es un disfrute, porque tomo notas mentales para en mi próxima salida fotográfica tratar de conseguir esa foto que me he imaginado (leyendo esta frase entiendo que cualquiera que lo lea me tome por loco). 

Porque la fotografía de paisaje está muy bien, es bonita, pero está siempre ahí. Sólo cambia por las estaciones del año. La fotografía de arquitectura o la monumental , pues sí... tiene su gracia, pero también está siempre ahí, es inamovible. Como mucho puedes jugar con la luz a diferentes horas del día, la composición y el encuadre. La fotografía macro es espectacular, al igual que la astrofotografía, pero, no sé... no me dice nada. Y la de retrato, me gusta, aunque no me apasione, porque prefiero gestos espontáneos a posturas estudiadas. Aunque tengo pendiente una sesión de retrato con una buena amiga para cuando el fucking coronavirus nos permita salir a la calle. 








Lo que encuentro apasionante de la fotografía de calle es el momento. Un momento que, por muy cotidiano que sea va a ocurrir en ese instante. Sólo en ese instante. Y volverá a ocurrir mil veces más, pero con otros protagonistas y de otra forma. Y todo eso tiene un halo poético en el que uno está retratando la vida. Los gestos y actos cotidianos que, por reiterativos y mecánicos, no le damos ninguna importancia.

Retratar a los personajes que día a día son nuestros compañeros de escenario. Un escenario que es el de siempre, pero que visto desde el punto fotográfico ofrece cientos de matices.