miércoles, 8 de abril de 2020

De pandemias y coronavirus


No sé cuánto tiempo llevo pensando en escribir esto pero, a pesar de tener todo el tiempo disponible durante semanas debido al estado de alerta en el que nos encontramos, se me ha hecho difícil ya que, antes de escribir algo me hago un esquema para no dejarme en el tintero nada de lo que quiero decir. Pero era tal la confusión y se me agolpaban tantas ideas y sensaciones que era imposible de ordenar.

Y no creáis que en estos momentos lo tengo más claro. Sigo con el barullo mental, pero algún día tenía que hacerlo, así que no sé cómo saldrá. Allá vamos…

Es todo un shock. Es todo muy extraño, porque sé que estamos luchando contra algo, pero no lo vemos. No vemos por dónde nos puede caer la hostia. Y, aunque pongas todas las medidas y tomes todas las precauciones, no sabes si realmente estás cubierto, a salvo, así que lo que te queda es pensar que tú estás poniendo todo de tu parte, pero siempre con la sensación de que en cualquier momento te puede tocar.

Ya han pasado varias semanas, y lo tengo asumido, pero al principio era todo muy extraño. Cada día, al despertar pensaba… ”¡¡hostias, que estamos en esta situación!!”. Y lo más absurdo es que al ver una película o una serie, si algún personaje decía de ir a algún sitio, yo pensaba…”¡¡pero si no se puede salir!!”. Soy así de obediente…

Y ese es uno de los problemas que más temo. Que ya lo tenemos tan asumido, que se puede bajar la guardia. Lo excepcional de quedarse en casa todo el día y todos los días se ha normalizado y podemos caer en la relajación ante las medidas de higiene, que son fundamentales.

Pero todo esto es una locura. Siempre hemos pensado en pandemias como algo de la Edad Media, o de siglos atrás. Jamás pensábamos que algo así podría ocurrir. Al menos no en países llamados del primer mundo. Pero si algo ha hecho este “bicho” ha sido ponernos a los humanos en nuestro sitio.

Nos creíamos poderosos. Nos creíamos invencibles ante este tipo de sucesos, y un simple virus, algo que no se puede ver con nuestros ojos, nos ha puesto en jaque a todo el mundo. Pero, además, así, literal, a todo el mundo. Y este bicho no distingue a nadie. Podemos caer cualquiera, y da igual lo rico o pobre que seas. Da igual lo poderoso que seas. Da igual que vengas de una familia con linaje o que te hayas hecho a ti mismo. Da igual que te hayas preocupado por cuidarte toda tu vida o que no lo hagas. Da igual quien seas y de dónde vengas. Si te toca, te tocó.

En mi caso, trato de cuidarme todo lo que puedo. Soy persona de riesgo, y eso lo tengo muy presente en todo momento, así que tomo todas las medidas habidas y por haber para evitar el contagio. El problema es que, si antes tenías un día con dolor de cabeza y no era más que eso, un simple dolor de cabeza, ahora no se puede evitar el temor de que ese dolor de cabeza sea producto de algo más

El hecho de estar metido en casa tantos días se hace complicado, pero siempre intento estar entretenido. Hago fotos en casa. Estoy pendiente de las noticias. Intento informarme y contrastar para no caer en los bulos. Huyo del alarmismo y las histerias. Por supuesto estoy bien abastecido de series y películas, he retomado la cocina que la tenía algo olvidada, y alguna que otra tarde me abandono a dejar pasar la tarde jugando a videojuegos

Aunque no me puedo quejar, porque tengo la suerte de vivir en un sitio muy tranquilo donde un día normal hay poca gente, y es una casa, no un piso. Eso me permite salir a la calle con facilidad, aunque sea para estar unos minutos a dos metros de la entrada de mi casa. Y, por supuesto, paseos con el perro, aunque sean más cortos de lo habitual.

Sobre política y sobre cómo se ha llevado esta situación en España no voy a entrar. Me aburren ya las peleas políticas. Me aburre el “si no estás conmigo, estás contra mi” que define a este país. ¿Qué se podría haber hecho mejor? Sin duda, pero a todos esos que despotrican desde la comodidad de sus casas me gustaría pedirles menos críticas y más soluciones. Porque me parece lícito que tengas una actitud crítica, pero aporta tú una solución. No me vale que protestes diciendo que se ha hecho mal. Dime qué harías tú. Aporta soluciones si crees que no se hacen bien las cosas.

Y sobre la postura de la oposición…en eso sí que no me quiero meter porque me arden las entrañas. Sólo diré algo: hay que ser muy inhumano, muy hijo de puta y tener el alma muy negra para crear bulos y jugar con las desgracias de las personas para conseguir rédito político. Menos banderas y más arrimar el hombro.

Arrimar el hombro como lo están haciendo los profesionales de la sanidad (sanidad pública SIEMPRE!!) jugándose su propia salud, renunciando a sus descansos y sus vacaciones, doblando turno, y dejándose el alma con escasísimos medios para sacar adelante lo que la clase política no ha tenido huevos de sacar. Y cuando hablo de clase política no me vengáis con unos u otros. Me refiero a toda la clase política, me da igual el signo y el color.

Y hago extensivo ese agradecimiento a los trabajadores de los supermercados, de los kioskos, de los estancos, a los transportistas, policía, fuerzas armadas, etc. A todos aquellos que nos hacen la vida más fácil exponiéndose a diario para que al resto no nos falte de nada. A todos ellos, nunca os lo podremos agradecer del todo.

Y ¿los bancos? Y, ¿la iglesia? Y, ¿el Rey? Ni se les ve. Y no podremos esperar nada de ellos nunca, porque no somos el poder, y ellos siempre están de ese lado, el del poder. Aunque, si algo se ha demostrado con esta desgracia mundial es que el poder real está y estará siempre en el pueblo.

Todo el mundo, los paisanitos de a pie, nos hemos movilizado para ayudar en lo que haga falta. Dando ánimos, información, estando pendientes de los nuestros, ponernos a disposición de los mayores de nuestras comunidades para ayudarles en las compras, haciendo mascarillas, poniendo a disposición de los sanitarios las impresoras 3D para fabricar pantallas que les protejan todo lo que se pueda, etc. Yendo todos a una, mientras a la vez cada uno lidia con sus propias preocupaciones y las de sus familias.

Y me gustaría creer que todo esto que está pasando cambie nuestras vidas y que deje de ser tal y como las hemos vivido hasta ahora y darnos cuenta de que la fuerza de todos juntos es imparable. Pero me temo que no será así. Esto pasará, y cuando todo pase, volveremos a intentar salir adelante como buenamente podamos sin tener en cuenta al prójimo.

Pero al menos nos quedarán enseñanzas. La primera será que lo material tiene la importancia indispensable, porque algo tan frágil como un bicho que ni somos capaces de ver puede mandarnos a todos al carajo. Y, la segunda es, que si nos tocan los cojones, actuamos juntos. No todos, pero sí la mayoría.

lunes, 30 de marzo de 2020

Carmelo


Carmelo deja pasar las horas y los días sentado en una esquina entre la Plaza de la Constitución y calle Granada Y en su regazo, Nika, su perrita, que permanece tumbada en sus rodillas, bien cubierta por una mantita y el abrigo de Carmelo para que no pase frío, viendo pasar cantidades ingentes de personas, la mayoría con prisas y algunos con la calma del turista que con su mirada desglosa cada rincón de una ciudad muchas veces desconocida por el propio malagueño acostumbrado a no ver más allá de lo que ve a diario.


Y allí permanecen los dos, Carmelo siempre educado y encantador con las muchas personas que se paran a hablar con él, y Nika en su calma hasta que aparece una paloma, que la activa, sube sus pequeñas orejas y se pone en posición de alerta.

He pasado por su lado muchísimas veces, cientos de veces, y siempre me ha llamado la atención su presencia que asoma un pasado interesante. Porque Carmelo no es un indigente. Al menos no es lo que los que hemos tenido más suerte creemos que es un indigente. En su gesto no se observa pasado de alcoholemia, ni de vicio alguno. Por eso siempre quise hablar con él, porque siempre me pareció que su historia sería interesante de conocer.

Pero nunca me atreví porque me daba miedo incomodar y, porque supongo que no seré el primero ni el último en preguntarle qué pasó en su vida. Hasta que un día, con la excusa de acariciar a Nika, me atreví a acercarme y confirmé lo que imaginaba. Hablé con él unos minutos y en su capacidad de expresión y la forma de dirigirse a mi corroboré que Carmelo guardaba dentro de sí experiencias dignas de ser conocidas.

Me hablaba apasionadamente de gobiernos, de actitudes de las personas, de la gestión de los sentimientos, porque sin conocerme de nada observó tristeza en mi expresión. Y no se equivocaba… Y por ello, comenzó a hablarme del hipotálamo. De las reacciones químicas que, desde ese pequeño espacio de nuestro cuerpo se producían y nos hace sentirnos como nos sentimos. Y me animaba a realizar actividades de distracción aconsejándome que siempre las acompañara de música para así generar endorfinas que me cambiaran mi estado de ánimo. Y, sin saber quién era yo, se preocupó por mi.

Me contó su historia. Una historia que, más tarde, una mujer que pasaba por allí y que lo conoce de hace unos años me confirmó que era cierta. Una historia de amor, ya que su situación actual se debe a una terrible enfermedad que sufrió su mujer y que él trató de combatir vendiendo todas sus pertenencias y dedicándose en exclusiva a ella. Aunque sin éxito porque, a pesar de su lucha, a pesar de gastarse todo su patrimonio en el tratamiento en los mejores centros que se podía permitir, su mujer murió y el quedó en la absoluta ruina y con una edad en la que el sistema capitalista que nos rige te desahucia como persona válida para trabajar y en la que los supuestos “amigos” te dan la espalda porque parece ser que ya dejas de ser productivo.

A pesar de toda esa terrible experiencia, Carmelo te habla con una serenidad que no llegas a comprender porque piensas que tú, en su misma situación estarías sumido en una profunda depresión y roído por la rabia en cada uno de los extremos de tu cuerpo. Sin embargo, él no. El tiene la serenidad de haber hecho todo y más de lo que podía. Vive con la serenidad de experimentar en primera persona el escaso valor de lo material, que en cualquier momento desaparece y de ser honesto consigo mismo, valor que no es tan fácil de conseguir.

Y ahora estoy preocupado. Estoy preocupado por dos motivos: el primero es que Carmelo vive de la caridad de los que por allí pasan a diario, y con el estado de alerta en el que nos encontramos, no podrá salir de su albergue, ni podrá recibir esa caridad que le hacía vivir el día a día.

Y, en segundo lugar, Carmelo sufre de silicosis, una enfermedad respiratoria crónica, y con su edad y el estado en el que vive, tengo miedo de no volver a verlo de nuevo sentado en su esquina cuando todo este momento tan extraño que estamos viviendo termine.

Así que, lo primero que haré cuando tengamos libertad de movimiento de nuevo será ir a esa esquina a verlo de nuevo. A verlo en su sitio de siempre, sentado, charlando con todo el que se le acerca y con su perrita Nika en su regazo, tranquila hasta que la presencia de una paloma cercana la alerte.

viernes, 20 de marzo de 2020

¿Por qué fotografía de calle?


Es una explicación sencilla. Cuando empecé a interesarme más intensamente por la fotografía practiqué con lo que tenía más a mano. Comencé a fotografiar lugares de Málaga, la ciudad donde vivo. Lugares típicos. Lugares que, por algún detalle me llamaba la atención. Y a la vez me formaba con decenas de tutoriales en youtube. 

El triángulo de exposición, el histograma, el uso de la luz, la hora azul, la hora dorada,  la profundidad de campo, las reglas de composición, el revelado digital… mil cosas que daban vueltas por mi cabeza hasta que un día, no sé muy bien por qué, todo eso se ordenó y empecé a entenderlo.

Y seguí un gran consejo, creo que el mejor de todos aquellos a los que yo veía en youtube: documéntate.  Una de las claves es ver mucha fotografía. Estudialas, intenta entender por qué tal o cuál fotógrafo hace esa foto. Por qué ese encuadre, por qué esa composición, qué intención busca.

Y en esas me encontré con la fotografía de calle. Con fotógrafos como Alex Webb, Vivian Maier, Cartier-Bresson, Robert Frank, Jota Barros, Alan Schaller, Rober Tomás… etc. Y ahí lo tuve claro. Yo quería eso. Yo quería salir mil veces por las mismas calles y encontrar y fotografiar momentos diferentes. Esperar en un punto a que algo pase. Anticiparme a lo que puede ocurrir para congelarlo y encontrar personajes que me llamen la atención por cualquier motivo y romper con la timidez para preguntarles si son tan amables de permitirme fotografiarles, y en otras ocasiones hacer un robado para que no se me vaya el momento justo que quiero captar. 

Y, como siempre pasa, a medida que vas haciendo, a medida que vas estudiando y observando, tu capacidad de percepción mejora, aumenta. Y ahora me encuentro en un punto en el que cada vez que salgo a la calle voy buscando fotos por todas partes, lleve mi cámara o no. Puede parecer obsesivo, pero es un disfrute, porque tomo notas mentales para en mi próxima salida fotográfica tratar de conseguir esa foto que me he imaginado (leyendo esta frase entiendo que cualquiera que lo lea me tome por loco). 

Porque la fotografía de paisaje está muy bien, es bonita, pero está siempre ahí. Sólo cambia por las estaciones del año. La fotografía de arquitectura o la monumental , pues sí... tiene su gracia, pero también está siempre ahí, es inamovible. Como mucho puedes jugar con la luz a diferentes horas del día, la composición y el encuadre. La fotografía macro es espectacular, al igual que la astrofotografía, pero, no sé... no me dice nada. Y la de retrato, me gusta, aunque no me apasione, porque prefiero gestos espontáneos a posturas estudiadas. Aunque tengo pendiente una sesión de retrato con una buena amiga para cuando el fucking coronavirus nos permita salir a la calle. 








Lo que encuentro apasionante de la fotografía de calle es el momento. Un momento que, por muy cotidiano que sea va a ocurrir en ese instante. Sólo en ese instante. Y volverá a ocurrir mil veces más, pero con otros protagonistas y de otra forma. Y todo eso tiene un halo poético en el que uno está retratando la vida. Los gestos y actos cotidianos que, por reiterativos y mecánicos, no le damos ninguna importancia.

Retratar a los personajes que día a día son nuestros compañeros de escenario. Un escenario que es el de siempre, pero que visto desde el punto fotográfico ofrece cientos de matices.