jueves, 18 de octubre de 2012

Historias de inquilinos. Primera parte.


Ésta va de compañeros/as de piso, un tema que, tras una serie de experiencias, da de sí… da demasiado de sí. Por ello y, para que no se haga largo, prefiero contároslo en dos partes.

Porque está claro que cada uno es diferente. Cada cual es hijo de su padre y de su madre y todos tenemos nuestras manías, empezando por mi, que admito que no soy una persona con la que sea fácil convivir, pero tengo claro que la base de toda relación está en el respeto hacia los demás.

Después de las distintas experiencias que he tenido con varios inquilinos que han ido pasando en tan sólo un año desde que decidí poner las habitaciones de mi casa en alquiler, he llegado a la conclusión que soy como mi perro…o él como yo, porque se suele decir que los perros se parecen a sus dueños. Y en este caso es realmente cierto, porque tanto él como yo somos de la opinión de que, mientras no me toques los cojones, yo tampoco te los toco a ti. O, de una manera más elegante: tú a lo tuyo, que yo iré a lo mío.

La primera persona que vino a mi casa fue una chica. Una amiga de hace tiempo que vivía de alquiler cerca de mi casa pero que, al quedarse sin trabajo el pago de dicho alquiler le venía muy largo.

Una chica estupenda… algo rara, pero estupenda. Eso sí, tuve más tiempo en mi casa a su ropa que a ella. Hablamos de que le propuse venirse en abril y se fue trayendo cajas y cajas de ropa y apuntes de oposiciones, pero ella seguía en su piso.

Finalmente, tras mucho perseguirla y llamarla cientos de veces para ver qué narices iba a hacer, se vino no más de dos semanas a finales del verano de 2011 hasta que tuvo la enorme suerte de obtener un trabajo de lo suyo y, además en su pueblo.

Tras ella, vino uno de los grandes fallos de mi vida: un ex alumno de mis clases de informática para desempleados me llamó para que le echase un vistazo a su ordenador. En esa visita descubrí que vivía en una habitación de alquiler de la cual se iba a ir en breve porque es fumador, lo cual para mi no es un problema porque yo también lo soy.

Me lo avisaron… en serio que me lo avisaron… pero yo no hice caso y la cosa salió como salió.

Un tipo, o mejor llamarlo un personaje, o un vegetal que vivía de noche, dormía de día, desayunaba Coca Cola del Lidl y cuya filosofía de vida era ‘¿para qué buscar trabajo si no hay?’. Una mente brillante como pocas.

Un tipo que no sabía si ver ‘Arma Letal 4’ porque había visto la primera y la segunda, pero no la tercera y no sabía si le cogería el hilo a la cuarta. Una persona que se alimentaba de pasta, arroz y todo ello bañado literalmente en tomate frito de brick (no lo soporto) y mezclado con otros inverosímiles ingredientes de sabores inciertos. Una persona que se pasaba las noches jugando al ‘Batman Lego’ en la XBOX y que dedicaba sus horas muertas (todas sus horas) en tratar de encontrar una idea genial que nos hiciera felices a toda la humanidad y, de paso rico a él y de la que me hacía partícipe obligándome a hacer grandes esfuerzos por no descojonarme de risa con sus estupideces…porque lo decía completamente convencido.

Un personaje que pensaba que la mítica ‘Casablanca’ de Bogart era un documental sobre Marruecos, que pensaba que cualquier película anterior al 2000 era un clásico y no captaba su interés. Que hacía reflexiones del tipo absurdas como por ejemplo pensar que España no es un país desarrollado porque sólo hay que ver la cantidad de obras que hay por las calles de todas las ciudades, o que el frío es un buen indicador de la crisis que vivimos, porque los países más gélidos son los menos afectados ya que, según ésta incomprendida mente privilegiada, sus habitantes apenas salían de casa y se dedicaban más tiempo a pensar.

Yo lo miraba estupefacto cada vez que me venía con alguna de sus reflexiones y lo miraba con la duda de si era un completo estúpido o un genio.

Y en éstas que un amigo me habla de un conocido suyo que está buscando una habitación que alquilar. Y me presenta a un señor mayor, argentino con un problema de salud en su garganta que penas le permitía hablar con fluidez.

No me cayó mal, aunque dudé en si aceptarlo o no. Pero, forzado por la necesidad de encontrar inquilinos y, teniendo en cuenta que era una muy mala época para encontrar estudiantes puesto que las clases habían empezado unos meses antes y estarían todos ya instalados, tenté a la suerte y lo acepté. Craso error…

Estuvo en mi casa menos de dos semanas en las que mejor no os cuento porque hay experiencias muy desagradables para el buen gusto, incluso de tipo escatológico.

Sólo sé que una mañana, mi otro inquilino, el genio, me advirtió de que se había largado con todas sus cosas, dejándome a deber 70 euros y, con el tiempo descubro que se había llevado mi cámara de fotos, siendo tan estúpido de dejarme el cargador y la batería, por lo que nos hemos jodido los dos: él y yo.

CONTINUARÁ…

1 comentario:

Opina, pero no seas cruel.