jueves, 10 de marzo de 2011

Tarde de radio

Esta semana me ha tocado trabajar a turno partido, lo cual siempre es más cansado que hacerlo de un tirón. Pero ya que tenía que estar, he tratado de hacerlo lo más ameno posible y, para ello me he enganchado a la radio, a retomar el placer de escuchar lo que otros nos cuentan.

Y he puesto la Cadena Ser, concretamente el programa "La Ventana", que ya escuchaba hace 20 años, en mi época universitaria cuando aún no teníamos Internet y yo consumía horas y horas de radio.

Estaban en una tertulia la escritora Rosa Regàs y un grupo de chicos en torno a los 25-30 años. Hablaban de la vejez y, más concretamente de la relación que tienen nuestros mayores con el tema de la muerte.



Me ha llamado muchísimo la atención las dos posturas totalmente opuestas ante este fenómeno que tenía los jóvenes y Rosa Regàs. La escritora hablaba de la muerte con tal naturalidad que los jóvenes no terminaban de asimilarlo.

Pero lo que mas me ha sorprendido es que yo, con 40 años estaba más del lado de la escritora que de los jóvenes. No es que diga que con mi edad vea la muerte como algo que simplemente es y está, pero sí admito que, no sé si por la experiencia del fallecimiento de mis padres o por qué, veo la muerte como algo natural y sólo temo la forma de morir, no la muerte en sí.

Es cierto que el miedo real está en lo desconocido, pero a todo se acostumbra uno, y haber vivido ya la desaparición de varios miembros de mi familia hace que mi postura sea más fría, o más natural, como prefiráis llamarlo.

Recuerdo que, cuando murió mi madre me sorprendió muchísimo ver que en la calle todo seguía igual. No pretendo que el mundo se hubiese parado a mi alrededor, es absurdo, pero yo estaba en una burbuja donde todo era muy increíble, y todo pasaba a cámara lenta...sin embargo el mundo no se detenía. La gente por la calle seguía con sus prisas, los conductores se desesperaban en los atascos, los camareros servían desayunos a toda velocidad... y yo estaba ahí, parado, bloqueado.

Sin embargo, cuando murió mi padre todo fue más natural. Ya tenía asumido que todo allí fuera iba a seguir como siempre, importándole un carajo a todo el mundo que yo estuviese hundido.

Quizá la verdadera diferencia estuvo en que mi madre murió de una forma repentina e inesperada y a mi padre lo vimos consumirse día a día.

Pero, en conclusión, ambas experiencias me hicieron aceptar la muerte y temer sólo de qué forma llegaría, porque el día que este sevidor estire la pata, ahí fuera seguirá todo como siempre, con prisas, con atascos y con desayunos servidos a toda velocidad.

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